sábado, 8 de mayo de 2010

ECONOMÍA Y MEDIO AMBIENTE

I. INTRODUCCIÓN:
Las relaciones entre medio ambiente, energía y economía se han puesto de presente en los últimos años como consecuencia de los procesos de desarrollo económico, las crisis energéticas y ambientales y las críticas a los presupuestos epistemológicos de las distintas ciencias y los cambios que éstas están efectuando.
En este corto y esquemático documento, se pretende mostrar los principios que tradicionalmente han sustentado estas relaciones así como mostrar que la Ciencia Económica aún no ha adaptado su marco teórico para tener en cuenta los cuestionamientos que en la actualidad se le hacen; por último, se sugieren algunos cambios que valdría la pena se suscitasen en el marco teórico de la Economía para detener las consecuencias que las relaciones vigentes han tenido en la práctica.
II. RELACIONES MEDIO AMBIENTE-ECONOMÍA: PRINCIPIOS BÁSICOS
Las relaciones entre los entornos naturales y las actividades económicas y la forma como la Economía, en tanto disciplina científica, ha discernido estas relaciones se basan en tres pilares fundamentales, a saber: las leyes de la termodinámica y sus repercusiones sobre la noción de progreso, las funciones que desempeñan los recursos naturales en el proceso económico y la visión de este último con respecto a los fundamentos anteriores.
A. Energía y Progreso
La energía es la capacidad de efectuar cambios de cualquier índole (e.g., naturales, tecnológicos); en ese sentido, ella interviene en todo proceso de transformación material, incluyendo la producción de bienes y servicios.
La energía se almacena tanto en la materia (por ejemplo, combustibles fósiles, biomasa) como en campos de fuerza (electricidad, trabajo animal y humano) y, desde el punto de vista cualitativo, existe en dos estados:
  • Energía disponible o libre, que posee una estructura ordenada y que el hombre puede transformar casi por completo.
  • Energía confinada o no disponible, que está desorganizada, dispersada caóticamente, y que el hombre jamás podrá transformar.
Teniendo en cuenta estos elementos, se pueden enunciar los dos principios fundamentales de la termodinámica, los cuales rigen todas las transformaciones energéticas y materiales que tienen lugar en el Universo.
El primer principio, o ley de la conservación de la energía, estipula que la energía y la materia no se pueden crear ni destruir a lo largo de los diferentes procesos, sino que son transformadas en sus diversas manifestaciones.
Por su parte, el segundo principio, o ley de la entropía, plantea que ésta -es decir, la cantidad de energía no disponible en un sistema aislado- acusa incrementos continuos, de modo que el orden de dicho sistema se transforma progresivamente en desorden.
Así las cosas, la energía y la materia están sujetas a una ley de conservación, pero también a una ley que contempla su degradación cualitativa e irreversible, de ahí que se diga que “nada pasa en el mundo sin transformación de energía y sin producción de entropía” (Kümmel, 2001, p. 410).
Sin embargo, desde el punto de vista epistemológico y de la praxis científica, las posibilidades ilimitadas de transformación derivadas de la primera ley de la termodinámica constituyen el principal cimiento de la noción de progreso a cuyo propósito se han encaminado los desarrollos de diversas ciencias, entre las que se incluye la Economía.
Dichas ciencias enarbolan el paradigma mecanicista, que tiene como una de sus bases la ley de la conservación de la materia y la energía, echando a un lado el principio de entropía y, en consecuencia, desconociendo las limitaciones que éste impone sobre el progreso al que pretenden coadyuvar.
B. Funciones de los Entornos Naturales
Desde una perspectiva económica, los entornos naturales tienen cuatro funciones: proveen insumos al sistema productivo; actúan como sumidero para los residuos resultantes de las actividades de producción y consumo; constituyen el soporte de la vida (al facilitar fenómenos como la estabilidad ecosistémica y climática) y, por último, suministran servicios de “amenidad”, esto es, de esparcimiento y deleite.
No obstante, es importante tener en cuenta que la capacidad del ambiente natural para desempeñar ambas funciones es finita Y se relaciona con el nivel en que las actividades humanas lo afectan de modo irremediable.
Así, por una parte, la disponibilidad de recursos naturales depende del ritmo de utilización y explotación que se haga de los mismos (excepto en el caso de los recursos no-renovables) en comparación con sus tasas de regeneramiento natural.
C. Visiones del Sistema Económico
La teoría económica dominante no considera de manera explícita los recursos naturales y energéticos porque no ha incorporado en su marco analítico las funciones que estos recursos desempeñan en la estructura y operación del sistema económico. Para entender esto, es pertinente contemplar la visión de las actividades económicas que subyace al análisis de la ciencia económica.
La Economía considera el proceso económico como un flujo circular aislado del medio físico (es decir, en el que no hay entradas ni salidas de materia y energía) en el que las empresas y las familias intercambian bienes/servicios y dinero, tal como se representa en el Gráfico 1.
Gráfico 1. Visión de la economía del sistema económico


Sin embargo, esta visión no considera que los bienes y servicios intercambiados en los mercados son producidos en el ámbito material obedeciendo a las leyes de la física (especialmente las leyes de la termodinámica), la química y la biología; de hecho, la mayoría de las teorías y modelos de la producción y el crecimiento económico tienden a ignorar estos principios biofísicos. Si tales leyes fuesen consideradas, la visión pre-analítica del sistema económico semejaría el Gráfico 2.

Gráfico 2. Visión biofísica del sistema económico



De acuerdo con esta visión, el sistema económico es un subsistema encajado dentro de un ecosistema más amplio y está sujeto al irreversible flujo entrópico de energía y materiales inherente a los procesos de absorción de recursos y excreción de residuos que caracterizan a las actividades constituyentes del proceso económico (producción y consumo).

III. LA CONCEPCIÓN ECONÓMICA DEL ENTORNO NATURAL

La visión pre-analítica del proceso económico mencionada anteriormente refleja la concepción que la Economía tiene de su objeto de estudio, a saber, el intercambio mercantil. En dicha concepción, la noción de escasez desempeña un papel crucial, como lo pone de presente la definición de Lionel Robbins de la Economía, que es hoy en día la más aceptada:

La Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación.

Tal como puede observarse, la escasez -y la actitud humana frente a ella- es vista como una relación entre fines y medios limitados susceptibles de diferente utilización. De acuerdo con ello, y teniendo en cuenta la consideración tradicional de que los recursos naturales son “abundantes”, los economistas han argumentado que estos últimos no son importantes para la Economía y, por ende, les asignan un bajo valor monetario. Así, citando de nuevo a Robbins,

En el mundo exterior existen cosas tan relativamente abundantes que el uso de unas cuantas unidades para un fin no supone renunciar a otras unidades para otro. El aire que respiramos es un ejemplo de esos bienes ´gratuitos´.

Con base en estas consideraciones, se ha liderado desde la Economía y otras ciencias exactas y aplicadas una acelerada transformación socio-económica estrechamente ligada a la capacidad del género humano de controlar y utilizar los recursos naturales y energéticos disponibles (renovables y no renovables) con fines productivos y consuntivos.

Esta acelerada transformación, con la entropía resultante de la misma y habiendo rebasado los límites de algunas funciones de los entornos naturales, conduce a las diversas formas de contaminación ambiental que hoy se presencian, al igual que a las crisis energéticas y de abastecimiento (por ejemplo, la inseguridad alimentaria) que aquejan a algunos países y que ponen en vilo el mantenimiento futuro de la vida humana.

Es así como la “crisis” ambiental le ha exigido a la ciencia económica -sobre la cual, en parte, se sustentó el progreso que llevó a aquélla- ofrezca respuestas mediante la incorporación de los recursos naturales en su marco teórico. Al respecto, cabe observar que esta exigencia se corresponde con el viraje en la atención de todas las ciencias, tanto naturales como sociales, desde la creación de tecnología y la mayor disponibilidad de objetos materiales hacia la supervivencia de la especie humana.

De este modo, la Economía empieza a preocuparse por los recursos naturales tan pronto se le exigen respuestas a la crisis ambiental mencionada y en tanto observa que tales recursos pueden llegar a constituir una restricción al crecimiento económico sostenido. A partir de ese momento, la ciencia económica empieza a considerar los recursos naturales como bienes económicos, en vista de las limitaciones que las acciones humanas han provocado sobre su disponibilidad y calidad.

Como consecuencia de lo anterior, surge la Economía Ambiental, una división de la Economía que intenta extender el radio de acción del instrumental teórico convencional para ocuparse del medio ambiente y sus funciones. Esta disciplina se subdivide a su vez en Economía de los Recursos Naturales y Economía de las Externalidades (o Economía Ambiental propiamente dicha), en concordancia con las funciones económicas de los entornos naturales.

Así, de un lado, la Economía abarca los efectos de las emisiones contaminantes bajo el término “externalidades” o “costos externos” en la medida que estos no son asumidos por quienes los provocaron, sino por terceros que los sufren, constituyendo por lo tanto fallas o imperfecciones del sistema de mercado. En consecuencia, la Economía de las Externalidades discute las diferentes maneras en que éstas pueden reducirse a valores monetarios.

Al respecto, las alternativas teóricas las proveen los economistas Pigou y Coase. Para el primero, se deben intentar “corregir” las imperfecciones del mercado evaluando los “costos sociales” e imputándoselos a los “costos privados” de las empresas mediante impuestos. Por su parte, Coase postula la realización de ajustes en el marco institucional (en concreto, una mejor definición de los derechos de propiedad) como condición para que el mercado “internalice” las externalidades negativas.

De otro lado, la Economía de los Recursos Naturales introduce el criterio de Gray-Hotelling para fijar los precios “eficientes” del consumo de los recursos naturales, renovables o no, introduciendo hipótesis relativas a las preferencias de las diversas generaciones que se reflejan en una tasa de descuento intertemporal.

Como se ve, la Economía Ambiental, al incorporar el entorno natural en su marco teórico, lo ha considerado un problema de asignación de recursos (escasos), propugnando por su valoración monetaria e ignorando las particularidades que entraña la gestión de los recursos naturales y el medio ambiente, en las que el conocimiento de la segunda ley de la termodinámica resulta crucial.

En efecto, la noción económica de escasez contrasta con aquella implícita en la segunda ley de la termodinámica, que postula una irreversible degradación de la materia y la energía como consecuencia de su transformación durante el proceso económico de un estado de baja entropía (alta disponibilidad y orden) a uno no disponible de alta entropía. Este contraste pone de manifiesto que la Economía continúa concibiendo el proceso económico como un proceso completamente aislado de las realidades biofísicas en las cuales éste se inscribe.

IV. LA NECESIDAD DE UNA NUEVA MIRADA

El análisis de las relaciones entre el medio ambiente, la energía y la Economía señalado anteriormente se corresponde con las críticas hechas en los últimos años al paradigma económico dominante por su ausencia de interdisciplinariedad, su concepción del sistema económico como un sistema aislado del medio físico y su interés en el progreso y el bienestar material de los individuos (Gómez G., 2001; Martínez-Alier, 1999).

La visión del sistema económico como un flujo circular evidencia el carácter mecanicista de la economía convencional toda vez que ésta, al centrar su preocupación en el intercambio de bienes y servicios por valores monetarios, enfoca su estudio hacia fenómenos reversibles, los cuales divergen profundamente de la naturaleza entrópica de las actividades de producción y consumo que sustentan el proceso económico y que se refleja en la crisis ambiental.

El hecho de que la economía convencional hubiese dejado por fuera de su marco analítico durante tanto tiempo los recursos naturales se refleja en la priorización que ella hace de los valores monetarios, así como en el fomento del uso intensivo de los recursos naturales –mediante el argumento según el cual estos son “bienes libres”– que ha redundado en su creciente deterioro y falta de disponibilidad.

No obstante, estos cuestionamientos no suscitan aún un viraje suficientemente significativo en la Economía, que lleve a una reconsideración del entorno natural en el cual se insertan los fenómenos objeto de su estudio. En ese sentido, es de subrayar que la forma como esta disciplina ha abordado los problemas asociados al agotamiento de los recursos naturales y la contaminación ambiental revelan el predominio de la preocupación por conservar y extender el radio de acción de los enfoques convencionales, en vez de revisarlos con el fin de mejorar el tratamiento de estos asuntos.

Al respecto, para que la Economía aborde adecuadamente los problemas energéticos y ambientales, se sugiere adoptar una nueva mirada que tome en cuenta las leyes de la termodinámica y, en particular, la ley de entropía, que plantea que toda transformación material es irreversible y da lugar a la generación de desechos físicos y energía disipada.

En tal sentido, se hace un llamado de atención acerca de la necesidad de elaborar teorías que den cuenta adecuadamente de lo que ocurre en los procesos de producción de bienes y servicios y que contemplen tanto los inputs (recursos naturales y factores productivos) como los outputs (productos y desechos) asociados a estos procesos.

Asimismo, es importante tener en cuenta que los precios no son indicadores apropiados del valor de las funciones que desempeñan los ambientes naturales en el proceso económico; por ello, se sugiere complementarlos con cuentas físicas de los recursos naturales y de los impactos que las actividades económicas ejercen sobre el medio ambiente.

De esta manera, estos indicadores en su conjunto contribuirían efectivamente a orientar la gestión de la naturaleza y detener la ejecución de la parábola del hijo pródigo que, en su versión posmoderna, plantea que:

El hombre coge su parte de la herencia (recursos energéticos y materiales), la malbarata, la agota y, al final, sólo le queda una salvación `de fuera´.

V. BIBLIOGRAFIA:

· http://www.eumed.net/ce/2006/cgc.htm


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